El sabtoaje del alma

Pensando más de la cuenta, dándole un par de vueltas a lo que me está ocurriendo a mi y a mi entorno, hoy me topo con la sensación con que el alma de cada uno y de nuestro país está siendo saboteada.

¿En qué sentido?

Lo que creo que me (nos) está pasando es que, mirando a mis hijos todos menores de edad, me estoy quedando sin recursos para hacerles sentir que todo mejorará, que todo cambiará para mejor, que la construcción de una nueva sociedad es una tarea que se basa en el diálogo, el respeto y los acuerdos, que la violencia es inaceptable del lado que venga y que toda crisis, si bien nos llevará a un lugar nuevo y diferente, de todos modos nos arrastrará a hacer cambios incalculables hoy en nuestra vida futura, en nuestra forma de vivir la vida y hacer las cosas.

Si en el pasado siempre supe que mi vida futura era incierta, al menos podía vivir en paz y tranquilidad con esa incertidumbre, porque todo era posible y todas las condiciones auguraban que sí era posible.

Hoy, en cambio, la incertidumbre es total, y no solo porque no sé qué ocurrirá el mes que viene, sino que no sé qué ocurrirá de aquí en adelante, y esa sensación es feroz, brutal, destructiva y por qué no decirlo, desesperanzadora.

Yo sé, claro que lo sé porque lo he vivido en carne propia, que lo peor que puede ocurrirle a uno es vivir en desesperanza, porque la desesperanza lo que hace es hacerte perder la sed de vida, la necesidad de avanzar y crecer, de creer, de confiar, de soñar, de planificar. Con la desesperanza presente, todo se reduce a sobrevivir más que a vivir, a esforzarse cada mañana para levantarse y echar a andar, moverse por moverse, para no morirse, para no terminar pasmado y destruido.

Se me viene a la cabeza esas imágenes de la época del 73, cuando la gente se ve triste y frustrada, o la cara de aquellos detenidos y encerrados en cárceles y centros de detención improvisados, en condiciones infrahumanas y asediados por el terror y reprimidos a la fuerza, y muchos de ellos, por que pensaban diferente, y nada más que eso.

Y no quiero que esas fotos se repitan, no quiero ver desolación y desesperanza, no quiero ver a mis hijos, que hoy crecen sanos y felices, en una sociedad desesperanzada, en una sociedad que no invita al desafío, a quebrar las desigualdades, a generar justicia, y por sobre todo, a creer que la paz es lo único que sirve para mantener viva y firme la esperanza.

Por eso es que el sabotaje del alma es tan feroz, por eso es que no podemos permitir que nos saboteen el alma, ni la propia ni la social, porque si permitimos que aquello ocurra, entonces el resultado es desaparecer.

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