Los ojos son la ventana del alma (Aristóteles)

Recuerdo cuando era chico un sentimiento de profunda libertad al manejar mi bicicleta, transformándola en una motocicleta que era capaz de llevarme donde yo quisiera, inagotable, indestructible, y solo mi propia fuerza sería su límite.
Recuerdo también largas caminatas que di cuando era muy chico y por vez primera me volvía solo del colegio a la casa; recuerdo que mi hermano grande no estaba conmigo, y yo me equivoque de camino, debiendo andar muchas cuadras hasta llegar a casa. Era aún verano, venía ataviado con mis ropas de colegio, mi mochila y la opresión en el pecho por el tiempo que tardaba en dar cada paso. Sí, tengo ese recuerdo extraño y triste, de la sensación de soledad y extravío más profunda y terrible, recuerdo haber pasado por lo que era un terminal de micros bajo el puente sobre el mapocho y luego seguir viaje hacia abajo por la nueva costanera, cruzar la rotonda y seguir andando hacia abajo.
También recuerdo la pena de la pérdida de un conejo que se llamaba skipy (que parece que era honor a un canguro que llevaba dicho nombre).
En mis recuerdos de niño veo a mi padre escalar un empinado cerro buscando fósiles en el cajón del maipo; recuerdo a mi madre llevándome una leche con chocolate calentita al colegio en invierno; a mis papás mirándome tras recibir mi premio de school spirit; o esas copas gigantes de helado en el Tavelli de Providencia al terminar el año; o las carreras por el colegio el día de mi primera comunión.
Mi vida de niño fue una vida feliz, vivi ternura y cariño, a veces tuve miedo pero a mi lado estuvieron mi hermano grande, mis papás y mis abuelos. A ellos veo hoy con mis ojos de niño, apesadumbrado de haberme olvidado que los veía con un alma limpia y tranquila, con aquella energía que solo la niñez logra transmitir y cuyas añoranzas no tienen límites.

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