Llevo un par de días sin dormir bien, la ansiedad me martiriza y me hace pensar y repensar de un modo bestial lo que hice o dejé de hacer antes de hoy.
Hasta no hacía poco, la vida se me caía a pedazos y yo no me daba cuenta, era un espectador viendo una película, un espectador que por lo mucho que le gusta la serial, es capaz de perdonar todas las idioteces de sus personajes, y si es necesario, olvidar las maldades de aquellos realmente malos.
Luego, caí en la cuenta que tenía que enchufarme, y con ello, vino la realidad, la cruda realidad, el resultado de los errores cometidos, de la indiferencia, de la desidia, de la inseguridad, de la autoflagelación, de la soledad y del mutismo.
Hoy me duele todo, me duele el haber sido quien fui y no haber hecho caso a los consejos de quienes me quieren o estiman; me da rabia el abuso de algunos, especialmente uno que jugó con mis valores y amistad, con mi confianza e inocencia, y fue gracias a él por quien perdí una parte de mi. Enorabuena quizás, no lo sé, pero por ahora estoy recogiendo los pedazos que dejó en su presencia en mi vida y lamentablemente, las heridas son grandes y dolorosas.
También tengo rabia por mi absurdo comportamiento y mi absoluta estupidez; sí, estupidez llevada a limite de la razón y la inteligencia, fatigando las estructuras más esenciales de mi vida para ponerlas a prueba y ver - soy honesto, sin quererlo - cómo es que se comportaban, y la verdad es que el resultado ha sido sorprendente, no me lo creo hasta ahora, puesto que son muchas las manos que me ayudan, las palabras de consuelo que me afirman y silencio y tolerancia que me enseñan a empezar por donde siempre debería haber empezado: por mi.
Por eso es que la vida se me estaba cayendo a pedazos, y hoy todos esos pedazos comienzan a adquirir vida y a recordarme que debo moverme por completo para salir de donde estaba y no volver a caer en el juego en que caí.
Como decía el evangelio del domingo pasado: Dios proveerá, el mañana no existe y debemos dejarlo que se atribule a sí mismo, nosotros en el hoy en el ahora.
Hasta no hacía poco, la vida se me caía a pedazos y yo no me daba cuenta, era un espectador viendo una película, un espectador que por lo mucho que le gusta la serial, es capaz de perdonar todas las idioteces de sus personajes, y si es necesario, olvidar las maldades de aquellos realmente malos.
Luego, caí en la cuenta que tenía que enchufarme, y con ello, vino la realidad, la cruda realidad, el resultado de los errores cometidos, de la indiferencia, de la desidia, de la inseguridad, de la autoflagelación, de la soledad y del mutismo.
Hoy me duele todo, me duele el haber sido quien fui y no haber hecho caso a los consejos de quienes me quieren o estiman; me da rabia el abuso de algunos, especialmente uno que jugó con mis valores y amistad, con mi confianza e inocencia, y fue gracias a él por quien perdí una parte de mi. Enorabuena quizás, no lo sé, pero por ahora estoy recogiendo los pedazos que dejó en su presencia en mi vida y lamentablemente, las heridas son grandes y dolorosas.
También tengo rabia por mi absurdo comportamiento y mi absoluta estupidez; sí, estupidez llevada a limite de la razón y la inteligencia, fatigando las estructuras más esenciales de mi vida para ponerlas a prueba y ver - soy honesto, sin quererlo - cómo es que se comportaban, y la verdad es que el resultado ha sido sorprendente, no me lo creo hasta ahora, puesto que son muchas las manos que me ayudan, las palabras de consuelo que me afirman y silencio y tolerancia que me enseñan a empezar por donde siempre debería haber empezado: por mi.
Por eso es que la vida se me estaba cayendo a pedazos, y hoy todos esos pedazos comienzan a adquirir vida y a recordarme que debo moverme por completo para salir de donde estaba y no volver a caer en el juego en que caí.
Como decía el evangelio del domingo pasado: Dios proveerá, el mañana no existe y debemos dejarlo que se atribule a sí mismo, nosotros en el hoy en el ahora.
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