MIL PREGUNTAS, MIL RESPUESTAS

Anduve dias atrás por Londres, ocasión en que me junté con mi hermana, su marido y su hijo que está por nacer en un par de meses más, y volví a rememorar con ellos aquellas tardes de largas conversaciones y búsquedas de respuestas que tanto echaba en falta y que muy bien me hacían para despiojar la cabeza.

Religión, familia, trabajo, comida, sueños, en fin, un sifín de reductos en los cuales me invitaron a adentrarme, a sacar las ideas para afuera, a enfrentar mi mundo de contradicciones con el mundo de sus contradicciones, un ejercicio de verdades dialéctica y discursiva, diálogo como llamarían nuestros amigos griegos.

Pero por sobre todo lo que hablamos, me quedó dando vueltas una gran pregunta: se pueden tener mil respuestas para mil preguntas? Quizás sí, quizás no, no lo sé, pero ante todo comprendí que la distancia y las nuevas gentes nos llevan a lugares remotos, a preguntarnos acerca del sentido de las cosas y de las acciones, a adentrarnos en el mundo de los motivos y de las necesidades, a enfrentar los desafíos desde prismas tan distintos y tan disímiles como es la humanidad.

Pero por sobre todo, pregunta que subyacía bajo tanta pregunta era descubrir el sentido de las cosas, el sentido de las aventuras, el sentido de las visiones y los sueños, y en un país como el nuestro, donde todo puede considerarse listo para ser hecho, adquiere ribetes demenciales este tipo de preguntas por que sencillamente todo está dado para ser hecho pero no todo está dado para ser comprendido.

Mil preguntas para mil respuestas, mil preguntas para mil respuestas.