EL OCTOGENARIO

Me parece que una fuente inagotable para todo escritor es la historia de su familia, y que da lo mismo cuan nutrida sea la misma, con tal que exista algún episodio lo suficientemente jugoso para hacerlo caldo de cultivo del mismo y con ello tener la mejor excusa para analizar, en retrospectiva, a la familia y de pasada hacer un análisis de la vida actual.

Así las cosas, el otro día le escuchaba a alguien de las aventuras de su padre octogenario y viudo con señoritas de compañía en agradables tertulias veraniegas que no hacían más que aumentar la temperatura y rabia de la persona que contaba lo ocurrido.

No sé si esto último se debía a los celos del interlocutor o a la impresión que le causó ver a su padre envuelto en actividades que ni él mismo estaba dispuesto a experimentar, pero me dio por pensar qué tal sería la vida sin hacerse concesiones de alguna especie que impliquen solo el gusto de tener placer por placer, de incluso pagar para que te acompañen un rato y te hagan sentir aún vivo y soñador.

Me pongo a imaginar al octogenario con sus amigas de ocasión, él todo galán sentado en un cómodo sillón mirando a las amigas como se desenvuelven a su alrededor, soltándole al caballero risitas nerviosas y miradas lividinosas, saboreando el gustillo que deja la adrenalina, bufando como un toro cuando el aire se hace poco para tragarse tanta impresión.

Pero por sobre todo imagino a las amigas los esfuerzos que hacen para parecer lo que parecen, y la verdad de las cosas es que no me cabe duda que se tiene que tener muchísimo oficio para realizar este tipo de actividades, más aún cuando el amigo no es un macho cabrio o león alfa sino que por el contrario, se trata del jefe de la manada en los últimos veranos de su vida, vale decir, el abuelo.

En este cuadro de película, ya imagino la infinidad de cosas que se le deben haber pasado por la cabeza al interlocutor que contaba este cuento de su padre, desde el hecho de ver que su padre aún estaba armado y era peligroso y que todas sus quejas acerca de su incapacidad para moverse o salir de su casa no eran más que excusas para mantener la fachada de hombre correcto y de bien que comienza a despedirse de su largos ochentaitantos años de vida, hasta el hecho que su vida, seguramente, seguiría el mismo derrotero y quizás incurriría en las mismas artimañas cuando él también cumpliera sus 80 y tantos años.

De este modo, me quedo entonces con una pura y simple conclusión: la vida es un concepto neutro al que le vamos nosotros dando el carácter que queramos, y solo dependerá de nosotros hacer que ella sea lo que nosotros queremos, puesto que al ser neutra, nada nos exige.

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