El (casi) milagro del verano

Hay ciertas y determinadas cosas que ocurren en el verano, especialmente en relación con las mujeres y su modo de enfrentar el estío y sus consabidos efectos.
Quizás este año han andado todas mucho más inspiradas y desafiantes, y la verdad de las cosas es que se nota en la calle un cierto cambio en el vestir, el abandono total por pantalones y blusas y el indiscriminado uso del vestido.
Para ser honesto, me encantan los vestidos, y esto por razones prácticas pero también por razones más profundas; pero lo cierto es que el vestido le cambia el andar a la mujer, le hace andar diferente.
Sin embargo, como los milagros son limitados en el tiempo, espacio y modo, desgraciadamente este milagro veraniego se ha quedado corto en lo que a llevar un vestido se refiere.
Para ser más preciso, es mi creencia que toda mujer que use un vestido lo deber hacer:
1) libremente,
2) graciosamente (no haciendo chistes sino que con gracia, con estilo) y
3) atractivamente.

No quiero decir que transformemos todo en una pasarela y que obliguemos a todas las mujeres del país a andar desfilando.
No, por el contrario, lo que quiero decir es que es menester que todas las mujeres se sientan confortables con un vestido y que ya el solo hecho de llevarlo encima les permitirá que los hombres las miren.
Con esta sensación bien internalizada, entonces tendremos que las mujeres comenzarán a darse cuenta que la misma les genera placer, y al generales esta sensación necesariamente requerirán de mayores cantidades (pues les queda gustando) y para lo anterior serán entonces menester que comiencen a cumplir los tres principios arriba señalados, en especial el segundo, que es aquel mediante el cual podrán atrapar la atención de todo paseante que las observe.

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