1° Episodio: El Aviso

Era miércoles, 25 de abril, 3 de la mañana, me reconciliaba con el sueño cuando de pronto escucho a lo lejos un sonido conocido. Me hice el tonto por algunos momentos, me levanté y el sonido paró ("falsa alarma", me dije consolándome, "los llamados a estas horas siempre son presagio de malas noticias" me repito en silencio). Me di la vuelta y comencé a caminar a mi pieza, pero de nuevo, el mismo sonido rompiendo el silencio de la noche.
Llegué al teléfono, supe que era algo malo, lo tomé y al otro lado de la línea estaba Fernando, y me dice "tú que crees en Dios, reza, reza mucho, porque mi papá está en el quirófano, pinta para defícil, con riesgo, reza". Alguna estupidez le dije para tranquilizarlo, me despedí y le colgué. Volví a mi cama y comencé a rezar, pidiendo lo humanamente posible, me di una vuelta en la cama, luego otra, el silencio se rompía al son de la respiración de la lucha. "Todo tranquilo" me dije al abrir los ojos, miro que mi reloj de mesa marcaba las 3.20 am, y volví a la carga con el sueño, "todo tranquilo, duérmete".
Iba cayendo y cayendo en el sopor del sueño perdido cuando suena el teléfono de nuevo, me levanto corriendo, Fernando al otro lado, "todo va mal" me dice, "vente a acompañarme", "voy le respondo". Cuelgo.
Son las 3.40 am. Llego a la clínica, estaciono y comienzo a buscar la entrada. Todo es silencio, está más helado de lo normal, muy helado, una suave brisa se pasea por el lugar. Encuentro una puerta, suena el teléfono, "¿dónde estás?", "abajo", "sube", "¿por dónde?", "mi papá murió", "voy llegando", "apúrate". Llego a la sala de espera de cirugía, 2° piso asecensor ("como en el tango de Gardel" digo), todos lloran con pena profunda, Fernando se apoya en Camilo, luego me ve, me abraza, grita, de su pecho emana un grito ahogado de dolor, como un temblor, sonando desde dentro, rugiendo.
Ya son las 4 am, comienza a llegar la gente, la madre de Fernando llama a su gente para contar lo ocurrido y soltar otra pena profunda, pide ayuda, cuelga, pregunta por este y por el otro, las llamadas salen, más lágrimas, más dolor, más tisteza. Y yo ahí, no conocía a nadie excepto a Fernando, su mujer y su madre, y al difunto Raúl. Fernado desaparece, ¿media hora? no lo sé. Al rato vuelve, cuenta que a su papá lo han llevado a un lugar especial ("el congelador") y que ha estado con él, le ha limpiado y acariciado, besado y llorado. La madre de Fernando se va acompañada por la Carola a buscar ropa, la mejor de todas, aquella con las que Raúl se sentía el hombre más elegante del mundo.
Son las 5 am, todo se va ordenando, uno de los hermanos de Fernando ya viene entrando a Santiago, el otro, en San Francisco USA, a la distancia coordina vuelos y conexiones para poder llegar a tiempo a llorar a su padre, abrazar a su madre y hermanos, acompañar a su papá en el útimo tramo.
5.15 am. La mamá de Fernando ha vuelto con la ropa con que vestirán a Raúl - el traje de mónaco y la guayabera azul, nada de cruces. (Nota: el traje de Mónaco corresponde a la chaqueta negra de maestro de ceremonias que Raúl usaba para organizar las fiestas y veladas nocturnas del Casino de Mónaco en aquellos años en que vivían en el exilio político en la Francia de Mitterand).
Son las 5.30, ha llegado su hermano Rodrigo, se abrazan, se funden unos contra otros, lloran y se quieren, se soportan los unos con los otros, son 4 almas dobladas por el destino de la vida, enfrentando las penas y dolores de la muerte indeseada, defendiéndose de la parca, la pelá, son los Gómez Robira, con sus fortalezas, debilidades, ausencias y dolores.
Raudos se ponen en marcha a vestir a Raúl, les entrego la ropa, los acompaño al pasillo antes que desaparezcan entre las inmensidades de la clínica, les digo adiós, me despido de aquellos que siguen en la sala de espera.
Salgo de la clínica y me encuentro a una amiga de la familia de Fernando, no sé ni su nombre ni de dónde viene, le pongo el hombro mientras llora, está sola, muy sola, triste patea la perra por la pérdida, se pregunta lo que todos nos preguntamos en ocasiones como estas, no hay respuestas, solo silencio y lagrimas que el difunto no puede ni limpiar ni consolar. La dejo, me subo a mi auto, lo encienta y suena en la radio REM, me acompañan en el camino de vuelta a casa como lo han hecho innumerables veces, (Mike Stipe algún día sabrá que en un rincón del mundo alguien lo escucha y le da las gracias por su entrañable y desinteresada compañía y amistad).
Llego a la casa, recjo el diario, entro en silencio, me pongo el pijama y me meto a la cama, la Lucha me abraza y me acurruca, reviso el reloj despertador. Son las 6 am.

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