BAILANDO EN LONDRES


Mientras el día de hoy recorría las calles de Londres, las que dicho sea de paso son un verdadero desafío a mi intelecto por su intrincada y desordenada desorganización en contraposición al estilo ‘damero’ heredado de nuestros conquistadores (damero: tablero de damas), tuve la oportunidad de mojarme un rato, perderme otras tantas, descubrir olores y sabores nuevos y perderme más de tres veces.

Pero como todas las caminatas siempre deparan al buen andador una sorpresa, recorriendo los alrededores de la Catedral San Pablo (Saint Paul’s Cathedral) me tope con una banda cantando música de los 50, vale decir, Sinatra y amigos, y ya el hecho de escuchar el sonido de los tambores, las sordina del trombón, los acordes de los saxos y los punteos del bajo me sentí a plenitud, agradecido de la vida y de las bondades de la Europa que me recibió cuando nací y que lo ha vuelto a hacer esta vez pero con 30 años de diferencia.

En fin, el lugar corresponde a una remodelación de una plaza cercana, rodeada de cafeterías y edificios de oficinas, muy limpio y sencillo, y en el medio una fuente de agua también del tono del suelo e imponente por lo demás.

Pues bien, dado que la música agradaba al oído, no llovía y las patas me dolían por el trajín, tomé asiento unos minutos y comencé a gozar. Por de pronto, no éramos muchos los que gozábamos del espectáculo, tan solo unas 50 personas sentadas y de pie, sin perjuicio que desde las oficinas colindantes los oficinistas tomaban palco para ver el espectáculo. De pronto, como siempre ocurren las sorpresas, de la nada apareció una pareja a bailar; no habrán tenido más de 25 años cada uno, vestidos sobriamente se lanzaron sobre la pista, y ella, cual novata, se dejaba dirigir y adoctrinar por su compañero: movimientos constantes, pies para adelante, pies para atrás, cruzando las piernas, avanzar, retroceder, una vuelta por aquí y otra por allá. Era como ver una película de esas bien románticas ambientadas en la era actual pero que lucha por rescatar el romanticismo, la coquetería y la sencillez de antaño. Quizás nos faltó el beso final, pero se les veía en la cara que lo estuvieran pasando a gusto, como nunca, bailando para y por ellos, dejando al mundo afuera de su coloquio pero a su vez dejándonos ver su pequeño mundo.

Así fue como la música fue dando lugar al descanso, al sosiego, al deleite de jóvenes y viejos, a los tarareos de los estribillos más conocidos y la oportunidad de cerrar los ojos y evocar aquellos recuerdos placenteros que colman nuestra vida.

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