Southampton, dia 1.
¿Qué hago en esta ciudad ubicada al sur de Londres, mojado hasta los calzoncillos, con sueño, hambre y perdido?
Vaya que preguntas me hice hace 11 dias atrás cuando llegué (el infernal número 11, como dice mi amigo Gabriel).
En fin, me vine a estas latitudes al sur este de Inglaterra en procura de un master en derecho marítimo, previo paso por un curso previo de inglés intensivo de 4 semanas en la misma universidad.
Tomé el avión desde santiago el día martes 23 de agosto bien temprano por la mañana. Me fueron a despedir mi mujer e hija, mis padres, hermanos y cuñados. Como dice un tío "sencillo pero solemne".
Muchas veces, antes de partir, me había puesto a pensar cómo iba a ser la despedida, y tal como el final de una teleserie, la realidad superó la imaginación.
Ya temprano, antes de salir desde la casa de mis suegros (6.45 am), mi querida suegra me despidió con un jugo de naranja recién exprimido, un gran abrazo y unos tristes lagrimones. Lo tomé con calma, pero ahora que lo recuerdo, no fue más que la antesala de lo que vendría después.
En fin, ya en el aeropuerto, chequié el bolso y asiento y luego nos fuimos a por un café. Hasta ese momento, todo marchaba bien, sin pena ni tristeza.
Pero todo llega a su fin, y luego que el papá pagara la cuenta, nos fuimos a Policía Internacional, y empezamos con las despedidas.
No pude hilar palabra, de veras, cada abrazo, cada mirada, cada caricia eran un tremendo dolor, era como la despedida que le dan a aquellos que se van para no volver, aquellos que desaparecerán del planeta por un buen tiempo hasta que por esos azares de la vida, reaparecerán.
Ya no recuerdo las palabras que esos abrazos y besos me dejaron, ni menos recuerdo las caras de todos al partir. Lo bloquié por arte de magia, para evitar que esos dolores reaparecieran en momentos impensados.
Ya luego de haber traspasado Policía, comenzaría una larga travesía que me tomaría 20 horas para llegar a mi destino final. Buenos Aires - Sao Paulo - Heathrow - Southampton.
Lo único rescatable de todo el viaje fue el cigarro a medio camino en el aeropuerto de Buenos Aires, viajar en un avión jumbo (esos de dos pisos que casi siempre se caen en las peliculas de bajo presupuesto gringas), que me mandaran el maletín de mano bajo el avión y el café con un buen cigarro el día siguiente en el aeropuerto de Heathrow.

Heathrow, 24 de agosto.
Como siempre ha ocurrido en Inglaterra, llovía.
Salí por el terminal 4 del avión, ergo, tuve que cambiarme de terminal para poder tomar el bus a Southampton (me pasé al Nº 2), y luego esperar a que este llegara.

Southampton, 24 de agosto, 12.30 horas.
He llegado a destino, con un par de horas de sueño en el cuerpo, mucha hambre, olor a cansancio , 26 kilos de carga y lluvia, mucha lluvia.
Partí directo a la universidad en un taxi que me costó lo mismo que el bus (sin comentarios), y oh surprise, lleno de gente haciendo cola para inscribirse y empezar el curso.
Como no era de esperarse, no figuraba en las listas, ni menos tenía asignada alguna pieza donde dormir. Empero, hice la cola, me agregué en la lista y me asignaron pieza. Dejé el resto de los trámites para el dia siguiente.
Ahora llovía más fuerte.
Por suerte la niña que me ayudó con lo de la pieza me pidió un taxi para poder irme a mi dulce morada, pero como buen sudaca, se me olvidó anotar el nombre del lugar donde me instalaría. Para empeorar las cosas, camino a la que yo creía debía ser mi pieza, el taxista se perdió y con buenos ademanes, no hizo ni le amague de descontarme el tiempo perdido. En fin, me bajé en el local que suponía debía ser pero que no era, y luego de llamar al timbre y despotricar contra todo lo que se me cruzara por la cabeza e implorarle a mi ángel de la guarda sus santos oficios, apareció la encargada del local que, luego de varios llamados, y con ese tan desesperante tono de los ingleses, me informó que me había equivocado y que debía devolverme a otro lugar por el cual pasé en taxi.
Seguía lloviendo.
Como ekeko, agarré mis cosas y me eché a andar, y luego de algunos giros, caidas de maletas y cambio de lados para no terminar más destartalado de lo que estaba, llegué al local: Montefiore Hall.
Como si el mundo estuviera dispuesto a conspirar en mi contra, me atendió una mujer de poco hablar y malas actitudes, y me asignaron a la pieza 117 de la torre t, vale decir, a la última de todas.
Seguía lloviendo.
Llegué al edificio, y luego de trasponer 3 puertas y varios pitos, di con mi pieza.
A ojo de buen abogado, esta tiene como 9 metros cuadrados, baño propio, escritorio, silla, cama, colchón, closet, bulletin board y telefono. El internet aún no funcionaba.
Me desencillé, pasé brevemente por el baño y bien enfundado en mi impermeable comprado con unas lucas que me regaló mi abuela como 5 años atrás, me fui a buscar un adaptador para enchufes sudacas y un internet publico para dar señales de vida.
Ahora llovía más fuerte.
Pregunté en la portería donde podía encontrar el dichoso adaptador ("adapter"), y con el par de instrucciones recibidas, me eché a andar por la calle central de mi barrio.
Me está lloviendo de frente ahora.
Pasé por un local y no había adaptador, pasé por otro y este era más caro que cabeza ortopédica, seguí andando y andando y andando, me cambié los puchos y el pasaporte para el bolsillo de atrás del panatalón para que no se mojaran más y seguí andando.
Ya luego de andar media hora, bien mojado y con ganas de mandar todo a la mierda, di con el local, con el adaptador y con la casualidad que no había ningún servicio de internet publico por las inmediaciones. Debí desanadar todo el camino andado, sin perjuicio que por el camino, y por no encontrar internet, me compré una tarjeta telefónica para llamar a casa.
Paró de llover.
Me metí en un par de casetas de teléfono, marqué codigos, numeros, pines y cuanta clave me pedían pero nada, silencio al otro lado de la línea.
Vamos fumando y caminando para matar el hambre y el tiempo.
Ya de vuelta en la pieza, decidí como en un acto de revelión total, no sacar nada del bolso.
Armé la cama, me metí a la ducha y me fui de vuelta a la universidad a una especie de fiesta de bienvenida para los participantes del curso.
Me ayudaron esta vez mis vecinos Nicolaus y Mario, y luego de pagar la libra por el boleto de micro, parti a la universidad.
En el lugar estaban todos menos yo.
Había comida típica inglesa (empanadas picantes, palitos de queso, unas pelotas apanadas), agua mineral (sparkling water) y jugo de naranjas de caja.
Estaba gran parte del contigente asiático, los profesores, las legiones turcas y griegas, los socios mexicanos y yo.
Departimos un rato con diferentes personas, y antes que la cosa empezara a decaer, me fui con Mario, Nico y Markus caminando al centro.
Me metí en cuanta caseta telefónica hasta que finalmente encontré una que me aguantó el llamado y finalmente pude avisar a casa (la Ale) que había llegado y que me estaba instalando. Mi Dominga preciosa apareció al teléfono pero como es mujer poco dada a la conversación por estos aparatos, luego se fue para otro lado.
Seguimos camino por el centro hasta que dimos con el paradero de los buses, y ahí estuvimos, esperando a que la micro pasara, y como buena costumbre inglesa, la micro pasó a la hora puntualmente, y nos trajo de vuelta a la que sería mi casa por un mes.
Me metí a la cama, cerré los ojos y me entregué al sueño, sin antes preguntarme: ¿qué hago en este lugar?

Comentarios