MI PADRE: DR. ROSTNER

Si ustedes tuvieran la oportunidad de conocer a mi padre, tendrían la oportunidad de conocer a una personas de aquellas que cuesta olvidar, pues hace que todo sea vendible incluso ante los ojos de un buen gitano y porque tiene un encanto sumamente especial que hasta el mejor encantador de serpientes se quisiera tener.
En fin, mi padre es mi padre, y como tal, y luego de innumerables terapias y tratamientos variopintos, he logrado por fin dimensionarlo en la medida de mis posibilidades y con las alegrías y las penas que todo hijo puede acarrear mientras crece y camina por la vida.
Es así como he encontrado en mi padre un apetito voraz por saber y conocer, por descubrir y avanzar en sus descubrimientos, no obstante que luego de darse cuenta que ya le ha llegado la hora, decida cambiar de área sin previo aviso y se torne a una nueva búsqueda, quizás tan pasajera como la otra, pero a lo mejor la definitiva.
Asimismo, mi padre - sin quererlo- me enseñó muchas cosas de las cuales me sorprendo repetir cuando estoy con mi hija Dominga, por ejemplo, palabras como "prou" o "déjala que coma lo que quiera porque el cuerpo no le pide más", forman parte de mi diccionario educativo y personal, lo que a veces me atemoriza pero también me regocija, de veras.
Por su parte, mi padre es de aquellos hombres cuyo encanto cautiva, pero que a otros se les hace irresistiblemente desagradable. De hecho, a veces se despacha unos comentarios que acalambran por el tono pero que, para aquellos que lo conocemos, los tomamos con beneficio de inventario.
Pero por sobre todo, el gran regalo que me ha hecho mi padre en mi vida ha sido el abrirme los ojos ya bien entrado en años y permitirme descubrirlo en su verdadera proporción. Él ha tenido la visión de saber conducirme por caminos que nunca pensé que recorrería; me mostró el lado amargo de la vida pero me abrió las puertas al gozo de la victoria luego de peregrinar por tanto dolor y pena; encendió en mi cabeza cuanta luz era necesaria para advertir los peligros que me podrían deparar la vida y los extremos; pero por sobre todo, me enseñó que el tiempo es capaz de sanar las heridas que nos van quedando en el camino como así también es capaz de sanar las del resto.
A mi padre muchos lo quieren pero pocos lo adoran, y dentro de este pequeño grupo es que me considero parte, y lo anterior porque cuando uno quiere a alguien, lo hace sabiendo que ello implica hacerlo con todo lo bueno y lo malo, aunque muchas veces duela y den ganas de salir corriendo y olvidar todo atrás.
En fin, mi padre es mi padre, y como hijo que soy de él, lo quiero y querré donde quiera que esté, y con orgullo puedo decir que mi padre es y siempre ha sido mi padre.
Papá, te quiero mucho, de veras.

Comentarios

Ignacio dijo…
Querido padre:
Es increible poder leerte y gozar con tus comentarios. Me hace muy feliz saber que te acuerdas a diario de mi y que prestas la debida atención a cada una de mis locuras (de alguna parte habré sacada el gen, ¿no te parece?).
Muchos cariños.