HORACIO

Un día por la tarde, ya oscureciendo, iba Horacio caminando por las calles de Santiago persiguiendo sus ideas y tratando de ponerlas en orden. Como buen escritor que era, hilaba línea tras línea en búsqueda de una idea matriz que le diera sentido a sus dichos.
De pronto y como por arte de magia, todo le empezó a dar vueltas por la cabeza, todo comenzó a desvanecerse como si alguien lo hubiera aplastado y todas esas cavilaciones y meditaciones se fueron a la cresta del cerro.
Todo se volvió blanco, sus ojos poco acostumbrados a tanta luz tardaron unos minutos en poder ambientarse a lo que vivía. Sin mayor respiro, muchas imágenes comenzaron a correr al frente suyo, todas eran postales de viejas historias que revivían desde las cenizas del condenado olvido, aparecían sus viejos amores, sus peleas, sus primeros sueños, sus odios, los sabores de la buena mesa, los viajes por el mundo, las peliculas que lo marcaron, las penas que enfrentó y aquellas a las que les hizo el quite, las curaderas, las voladuras, los golpes, los lamentos, los triunfos, los estudios, su mujer, su hija, el hastío, el desenfreno, las risas, las discusiones, los odios y las desilusiones y frustraciones.
Así estuvo horas reviviendo cada una de las imágenes que se le pasaban por los ojos, a cada una de ellas trataba de asirlas contra su cuerpo para que no escaparan, pero en el intento se quedaba pues, con solo tocarlas, aparecía una nueva y aún más poderosa que la anterior.
Aparecieron los bocinazos, el olor a humedad después de la lluvia, la suciedad de la calle, el frío previo a la primavera, la calle, y cayó en la cuenta que tantas vueltas y volteretas por su vida habían sido solo pasos dirigidos hacia un sueño mucho mayor que de a poco había ido construyendo pero que por los azares y abatares de la vida, no había sabido apreciar.
Nuevamente comenzaron a aparecer nuevas imágenes, pero esta vez eran todas ellas desconocidas, de lugares remotos, cargados de energía, de una mágica intensidad, con caras y colores nuevos, de aromas y olores diversos, de tonos azulados intensamente, pero tambien de tonos grises y opacos, y entre tanto y tanto, asomaba su cara, con distintos gestos y posturas, sonriendo y llorando, saludando o mirando, o bien, contemplando.
Todo acabó de improviso cuando un olor poderoso e intensó le hizo cerrar los ojos, y volver a abrirlos, se dio cuenta que aquellos paseos lo habían dejado sentado arriba de un avión con rumbo incierto, y entre sus manos había un lápiz, una foto, un pasaporte y una pequeña libreta.
Al mirar el lápiz, este no era más que una lápiz a mina con una goma de borar incertada en su parte trasera, en la foto estaban él, su mujer y su hija celebrando alrededor de una plato de comida, en su pasaporte figuraba su cara deslabada y con un timbre de fecha ilegible, y en la libreta, hojas en blanco.
Desplegó la mesa del asiento delantero, y llevado por un impulso desenfrenado, comenzó a dibujar en las hojas líneas y más líneas que de a poco fueron tomando forma en largas columnas y frases, y mientras más avanzaba más insaciable e insoportable se le hacían las ganas de escribir y escribir, y de vez en vez, cuando se daba un breve respiro, tomaba la foto y la miraba, y comenzaba a descubrir pequeños secretos en la misma.
Fue así como se dio cuenta que bajo los platos de comida había un mapa del mundo extendido a todo su largo y ancho, y con largos espacios de color celeste; y un poco tirado hacia la esquina, vio un pasaporte con unos billetes de avión; debajo de un vaso de agua aparecía una larga carta cuyo contenido no podía descifrar, y entre las manos de su hija asomaba una pequeña foto en blanco y negro, llena de números y letras en sus bordes, de tonos grises y negros, con una imágen difusa en su interior.
Y todo cobró vida nuevamente, despertó del largo sueño en el que estaba con el sonido de las llaves al entrar en los cerrojos de la puerta de su casa, y al empujar la misma con su otra mano, advirtió que llevaba consigo la misma libreta, el mismo lápiz, el mismo pasaporte y la misma foto que descubrió al despertar, y cayó entonces en la cuenta que al abrir la puerta de esa casa, lo que estaba haciendo era emprender un largo viaje a un lugar distante y nuevo, y que su único equipaje eran esas cuatro cosas, y que con ellas podría abrirse paso por donde quisiera, aunque el precio que debiera pagar fuera doloroso y costoso.

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