Recuerdo cuando era chico un sentimiento de profunda libertad al manejar mi bicicleta, transformándola en una motocicleta que era capaz de llevarme donde yo quisiera, inagotable, indestructible, y solo mi propia fuerza sería su límite.
Recuerdo también largas caminatas que di cuando era muy chico y por vez primera me volvía solo del colegio a la casa; recuerdo que mi hermano grande no estaba conmigo, y yo me equivoque de camino, debiendo andar muchas cuadras hasta llegar a casa. Era aún verano, venía ataviado con mis ropas de colegio, mi mochila y la opresión en el pecho por el tiempo que tardaba en dar cada paso. Sí, tengo ese recuerdo extraño y triste, de la sensación de soledad y extravío más profunda y terrible, recuerdo haber pasado por lo que era un terminal de micros bajo el puente sobre el mapocho y luego seguir viaje hacia abajo por la nueva costanera, cruzar la rotonda y seguir andando hacia abajo.
También recuerdo la pena de la pérdida de un conejo que se llamaba skipy (que parece que era honor a un canguro que llevaba dicho nombre).
En mis recuerdos de niño veo a mi padre escalar un empinado cerro buscando fósiles en el cajón del maipo; recuerdo a mi madre llevándome una leche con chocolate calentita al colegio en invierno; a mis papás mirándome tras recibir mi premio de school spirit; o esas copas gigantes de helado en el Tavelli de Providencia al terminar el año; o las carreras por el colegio el día de mi primera comunión.
Mi vida de niño fue una vida feliz, vivi ternura y cariño, a veces tuve miedo pero a mi lado estuvieron mi hermano grande, mis papás y mis abuelos. A ellos veo hoy con mis ojos de niño, apesadumbrado de haberme olvidado que los veía con un alma limpia y tranquila, con aquella energía que solo la niñez logra transmitir y cuyas añoranzas no tienen límites.
Recuerdo también largas caminatas que di cuando era muy chico y por vez primera me volvía solo del colegio a la casa; recuerdo que mi hermano grande no estaba conmigo, y yo me equivoque de camino, debiendo andar muchas cuadras hasta llegar a casa. Era aún verano, venía ataviado con mis ropas de colegio, mi mochila y la opresión en el pecho por el tiempo que tardaba en dar cada paso. Sí, tengo ese recuerdo extraño y triste, de la sensación de soledad y extravío más profunda y terrible, recuerdo haber pasado por lo que era un terminal de micros bajo el puente sobre el mapocho y luego seguir viaje hacia abajo por la nueva costanera, cruzar la rotonda y seguir andando hacia abajo.
También recuerdo la pena de la pérdida de un conejo que se llamaba skipy (que parece que era honor a un canguro que llevaba dicho nombre).
En mis recuerdos de niño veo a mi padre escalar un empinado cerro buscando fósiles en el cajón del maipo; recuerdo a mi madre llevándome una leche con chocolate calentita al colegio en invierno; a mis papás mirándome tras recibir mi premio de school spirit; o esas copas gigantes de helado en el Tavelli de Providencia al terminar el año; o las carreras por el colegio el día de mi primera comunión.
Mi vida de niño fue una vida feliz, vivi ternura y cariño, a veces tuve miedo pero a mi lado estuvieron mi hermano grande, mis papás y mis abuelos. A ellos veo hoy con mis ojos de niño, apesadumbrado de haberme olvidado que los veía con un alma limpia y tranquila, con aquella energía que solo la niñez logra transmitir y cuyas añoranzas no tienen límites.
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